Identidad de Jesús, el principio de toda Creación hecho hombre para darle Redención al hombre de pecado.

Vida Cristiana/ N.º 3558

En su oportunidad, el Doctor y Profesor Nakiyama tuvo que ir a las estadísticas, porque sus pacientes venían sufriendo los siguientes cuadros clínicos: Neurastenia, neurosis de angustia, neurosis histérica, obsesiva- compulsiva y, neurosis de despersonalización. Años más tarde, el Doctor José Luis Bethencourt, expresó: “Las líneas de sufrimiento personal se alargan en el tiempo, y del sufrimiento patológico del cuerpo, asociándose en oportunidades en una conveniente armonía hasta lograr una enfermedad corporal que, mediante el sufrimiento, podría ser mortal porque se liga a la capacidad moral de la persona”.

En momentos sucede que, el individuo autoenajenado, aislado, y conflictualizado trasciende los límites, desarrollando una amistad con su médico tratante, es un vital encuentro para romper con esos fantasmas que le persiguen por su conciencia. Hay otros pacientes que nacen con patologías que son inherentes a su genética.

a toda persona se le ha entregado un Nuevo Testamento en la mano, un tratado, una corta palabra. ¿Qué está pasando en el Género Humano que recurren a Profesores y Doctores de La Academia, y no a Jesús?  En Mateo 16:13- 17 leemos, “Viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo, ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos Juan el Bautista, otros Elías, y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” … Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón Pedro, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.

Es notable que, los discípulos fueron cuidadosos en su respuesta. Ellos oían una diversidad de comentarios en cuanto a Jesús. La respuesta de Pedro fue sorprendente. Más a tono con su estado de ánimo, palabras memorables.

al leer con detención las páginas de los Evangelios, encontramos tantas evidencias de quién era Jesús y cómo salva al hombre, nadie necesita dudar. En los primeros años de la Iglesia Cristiana, mientras ésta existía casi exclusivamente en Jerusalén, hubo poca discusión en cuanto a la identidad de Jesús. Los discípulos predicaban con poder y convicción la realidad en cuanto a Jesús de Nazaret; ellos eran testigos; habían estado en su presencia, habían sido impactados por su vida y por su obra. Su misión era compartir lo que habían recibido. En su misión no había lugar para especulación ociosa. Pedro así lo expresó: «Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad» (2 Ped.1:16).

Estos dos profesores de La Academia, Nakiyama y Bethencourt no tenía poder para sanar una persona, menos salvarla de su condición natural.

Los escritores del Nuevo Testamento se preocuparon más por enfatizar quién era Jesús que por explicar qué era, es decir, por tratar de dilucidar con exactitud la naturaleza del Dios-hombre, la interrelación de lo divino y lo humano en Emanuel. Se dieron por satisfechos con aceptar la revelación recibida y no se preocuparon por indagar en su misterio. No ofrecieron ninguna especulación; más bien se sintieron asombrados frente a la magnitud y profundidad de este misterio. El Antiguo Testamento comienza de una manera muy similar,

haciendo una declaración categórica sin dar mayor explicación: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gén. 1:1). No se detiene a explicar o dar pruebas racionales de la existencia de Dios; afirma la verdad y prosigue asumiendo que el hombre la va a aceptar, no porque haya sido satisfecha su curiosidad en todos los detalles, sino porque es revelación de Dios. El Salmista declara más adelante que negar la existencia de Dios es cosa de necios (Sal. 14:1), aunque tampoco trata de probar su existencia. Es que la fe se basa sobre evidencias, no demostraciones, y las evidencias de la existencia de Dios y de su obra creadora son tan claras y abundantes que el cristiano puede creer y tener plena seguridad,

aunque no pueda contestar todos los interrogantes que puedan surgir en su estudio de Dios.

Y así es con el Señor Jesús. El Nuevo Testamento afirma como una verdad revelada el hecho de que es Dios y hombre al mismo tiempo, sin detenerse a dar todos los detalles y a

contestar todas las preguntas posibles. Sin embargo, al leer con detención las páginas de los Evangelios, encontramos tantas evidencias de quién era Jesús y cómo salva al hombre, que nadie necesita dudar.

Jesús es el verdadero Dios, con poder sobre la Creación, (Génesis 1:1), y verdadero hombre, con necesidad de descanso después de un día arduo de trabajo. Es en realidad, el verdadero testimonio uniforme de los Evangelios y de las Epístolas. El apóstol Pablo se refiere a la encarnación diciendo: “Indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en la carne”. (1ª Timoteo 3:16).

En Jesús habitó corporalmente la plenitud de la Deidad. Jesús, quien era igual a Dios a través de su encarnación, nos dio palabras de Vida Eterna, asumió la forma de siervo, mientras que no cesó de ser por naturaleza lo que era El Padre.

Insisto en que Jesús era «verdadero hombre», no una apariencia; no era hombre parcialmente, sino un hombre de verdad. Vino a ser «en todo semejante a sus hermanos» (He. 2:17). Hay quienes insisten que la expresión en todo significa

que era idéntico a nosotros, que no es posible señalar ninguna diferencia entre él y el hombre. Otros creen que esta expresión no excluye la realidad de que Jesús era único, y si era único, debía en algún aspecto ser diferente a nosotros. Fue engendrado diferente a nosotros, no tuvo padre humano. Su misión fue diferente a la nuestra, él vino «a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Luc.19:10). Si hubiera sido idéntico a nosotros, ¿habría podido cumplir su misión, la de «dar su

vida en rescate»? (Mar. 10:45). Obviamente, el afirmar su verdadera humanidad no excluye la realidad de que él era único, «el unigénito del Padre» (Juan 1:14). Con lo dicho hasta aquí podemos afirmar que Jesús era «en todo semejante a sus hermanos», pero sin necesidad de redención. Nosotros entramos en el mundo necesitando redención; él no, él «vino al mundo a salvar a los pecadores» (1 Tim.1:15), vino a hacer algo en favor del hombre que el hombre no podía hacer por sí mismo, y evidentemente Jesús debía estar en posición de poder hacerlo. Derramó su sangre a favor nuestro.

Emiro Enrique Vera Suárez.

Acerca de emiro vera suarez

Soy docente universitario, pero por aficciön y gusto me hice escritor y redactor de diarios en mi provincia. Naci en Puerto Cabello ( venez
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